¿Se puede operar sin confianza?

La semana pasada fui invitado a presentar nuestra experiencia con desarrollos basados en Blockchain en un encuentro claramente orientado a la práctica. Se compartieron casos reales de trazabilidad, verificación documental, registros operativos, certificación de procesos e integridad de datos.

A medida que avanzaban las presentaciones, apareció un patrón común. Experiencias muy distintas coincidían en una misma carencia: la dificultad de trabajar con una fuente de verdad compartida en contextos donde el fraude, la opacidad y la desconfianza se han vuelto habituales.

Este post nace de esa observación. Quiere poner nombre a un problema de fondo que ayuda a entender por qué, aun existiendo soluciones técnicas maduras, su adopción sigue siendo limitada y su escalado resulta tan complejo.

La erosión de la verdad compartida

En sociedades marcadas por el fraude y la corrupción, el daño más grave no siempre es económico. Es más silencioso y corrosivo: la pérdida de confianza en los registros, en los procesos y en la palabra dada.

Se instala una sospecha constante. Los datos pueden manipularse. Los documentos pueden rehacerse. El historial de decisiones puede ajustarse a posteriori. Y cuando surge un conflicto, cada parte llega con su propia versión de los hechos.

El efecto es inmediato y muy concreto. Empresas y ciudadanos se protegen multiplicando comprobaciones, acumulando justificantes y anticipando conflictos. Los procesos se alargan, los costes aumentan y la cooperación se resiente. La actividad económica y social continúa, pero a base de cautelas, recelos y sobrecostes que nadie ve en una factura, pero que todos acaban pagando.

Lo que falta es sencillo de expresar y difícil de construir: una referencia común fiable, una base mínima sobre la que distintas partes puedan ponerse de acuerdo acerca de lo ocurrido. Falta una fuente de verdad operativa. Sin ella, cada interacción exige pruebas adicionales, cada acuerdo necesita salvaguardas y cada relación empieza desde la desconfianza.

Responsabilidad y memoria

En BlockTac hemos trabajado desde el principio aplicando a tecnología Blockchain en contextos donde la confianza se pone a prueba. Sectores distintos, problemas diferentes, pero una constante: la necesidad de poder responder por lo que se registra.

Blockchain no garantiza que lo que se registra sea verdadero. Ninguna tecnología puede hacerlo. Quien introduce un dato falso puede seguir haciéndolo, también en un sistema distribuido.

El cambio decisivo está en otro plano. Blockchain hace prácticamente imposible reescribir el pasado sin dejar huella y vincula de forma explícita cada registro con quien lo afirma, lo valida o lo autoriza.

En los sistemas tradicionales, los registros pueden corregirse o ajustarse sin que siempre quede claro cuándo ocurrió el cambio, quién lo realizó y por qué. Con el tiempo, la historia de lo sucedido se vuelve discutible.

Blockchain centra la atención en la responsabilidad vinculada a cada registro. Cada dato queda situado en el tiempo, asociado a un actor concreto y a unas reglas explícitas, de modo que cualquier cambio posterior pasa a formar parte del propio registro.

En contextos sociales y económicos complejos, la verdad no se sostiene únicamente en la exactitud técnica de un dato. Depende de la posibilidad de reconstruir el recorrido completo: quién decidió, con qué información, bajo qué normas y con qué consecuencias. En ese sentido, blockchain actúa como una memoria responsable, haciendo visible lo que antes quedaba disperso o diluido.

En sociedades afectadas por el fraude, este cambio tiene un efecto profundo. No elimina el engaño, pero eleva su coste. Obliga a dejar rastro. Y, con el tiempo, eso modifica los comportamientos.

Por qué la confianza no se exige

Si la desconfianza tiene un coste tan alto y existen tecnologías capaces de reducirla, surge una pregunta evidente: ¿por qué no se reclaman de forma generalizada? La respuesta tiene poco que ver con la tecnología. Tiene que ver con incentivos y hábitos.

Desde el lado de las empresas, la presión diaria empuja hacia la rapidez, el control de costes y la flexibilidad operativa. Los sistemas de trazabilidad sólida exigen disciplina en los procesos, claridad en las responsabilidades y mayor exposición de los errores. El esfuerzo es inmediato, mientras que el beneficio en términos de confianza aparece más tarde y de forma menos tangible. En muchos sectores, además, la opacidad se ha normalizado como una ventaja práctica, al percibirse como una forma de conservar margen de maniobra.

Desde el lado de los consumidores ocurre algo similar. La confianza rara vez se formula como una exigencia explícita. Se da por supuesta hasta que falla de manera grave. Mientras tanto, las decisiones se toman con criterios inmediatos como el precio, la disponibilidad o la comodidad, y la trazabilidad solo gana relevancia cuando surge un problema.

Esta combinación explica por qué la confianza no funciona como un mercado convencional. Sus beneficios son colectivos y se materializan a largo plazo, mientras que los costes de implantación recaen de forma inmediata en actores concretos. El resultado es previsible: herramientas que todos dicen valorar, pero que pocos están dispuestos a exigir.

Aquí se entiende mejor el estancamiento de muchas iniciativas basadas en blockchain. Funcionan, demuestran su utilidad y aportan valor real, pero descansan sobre una expectativa poco realista: que la demanda de confianza emerja de manera espontánea.

Mientras la veracidad se trate como un complemento opcional y no como una condición estructural, las soluciones diseñadas para reforzarla seguirán ocupando un espacio marginal, con independencia de su sofisticación técnica.

El papel de las instituciones

Cuando algo resulta imprescindible para el funcionamiento de una sociedad, pero no es reclamado de forma natural por el mercado, alguien tiene que asumir la responsabilidad de protegerlo. La confianza sistémica pertenece a esa categoría.

En ese punto, las administraciones públicas y las instituciones sociales desempeñan un papel decisivo al reordenar los incentivos y situar la confianza verificable como un elemento estructural del funcionamiento del sistema.

La historia ofrece precedentes claros. Muchas infraestructuras que hoy consideramos básicas no surgieron por iniciativa espontánea. La contabilidad estandarizada, los registros mercantiles, los catastros o las normas de auditoría se impulsaron desde el ámbito institucional porque, sin ellas, la actividad económica y la convivencia se debilitaban.

La situación actual guarda un paralelismo evidente. En contextos donde el fraude ha erosionado la credibilidad de los registros, esperar que empresas y consumidores lideren por sí solos la adopción de sistemas de confianza verificable resulta poco realista.

Las administraciones disponen de instrumentos suficientes, compatibles con la neutralidad tecnológica: exigir trazabilidad verificable en sectores sensibles, simplificar auditorías cuando existen registros inmutables, ofrecer ventajas regulatorias o fiscales a quienes adopten estándares de verificación, o actuar frente a la opacidad reiterada cuando genera riesgos sistémicos. El objetivo no es innovar por inercia, sino restaurar condiciones mínimas de confianza allí donde se han debilitado.

Además, las propias instituciones tienen un papel ejemplar. Cuando los organismos públicos adoptan sistemas de registro que hacen visibles las decisiones, los cambios y las responsabilidades, envían una señal clara. La transparencia deja de ser un mensaje y se convierte en una práctica.

Sin este impulso institucional, la tecnología queda confinada a proyectos piloto y casos aislados. Funciona, demuestra su valor, pero no transforma el sistema. Y sin transformación sistémica, la desconfianza se mantiene.

Las condiciones para que Blockchain escale

A estas alturas, queda claro qué impulsa la escalabilidad de las aplicaciones basadas en Blockchain: un entorno que integra la confianza verificable como parte de su funcionamiento habitual.

Cuando una solución de este tipo se incorpora como un elemento estructural del sistema, su valor se vuelve evidente. La trazabilidad verificable reduce riesgos legales, simplifica auditorías, acelera inspecciones y facilita el acceso a determinados mercados. En ese contexto, lo que antes se percibía como un coste adicional pasa a convertirse en una ventaja operativa.

Este cambio de marco permite que algunas iniciativas superen la fase piloto. Al operar en entornos donde la confianza verificable tiene un valor reconocido, la tecnología dispone del contexto necesario para desplegar plenamente su potencial.

Blockchain escala cuando se integra en las reglas del juego y pasa a formar parte de la infraestructura que sostiene la actividad económica y social. En ese momento deja de presentarse como una promesa de futuro y se consolida como una herramienta práctica al servicio de la confianza.

La decisión fundamental

La reflexión que justifica este artículo va más allá de Blockchain. Apunta a una necesidad más básica: disponer de una fuente de verdad compartida en sociedades donde la confianza se ha ido debilitando de forma progresiva.

La tecnología existe y está al alcance. Hoy es posible construir sistemas que preserven la memoria de los hechos, hagan visibles las responsabilidades y aporten continuidad a los registros en el tiempo. La cuestión abierta es otra: si queremos integrar esas capacidades como un estándar de funcionamiento o mantenerlas en un plano experimental.

Cuando falta una fuente de verdad operativa, la desconfianza se instala como norma. Aumentan los controles, se multiplican los conflictos y se debilita la cooperación. El coste es colectivo y sostenido, aunque rara vez se haga explícito. En ese escenario, la pregunta relevante cambia de sentido y se vuelve inevitable.

Blockchain no aporta una verdad absoluta ni reemplaza a la ética, al derecho o al criterio humano. Aporta algo distinto y escaso: la posibilidad de responder por lo que se afirma, con registros que conservan memoria y contexto.

La decisión final tiene un alcance mayor que el tecnológico. Es una decisión cultural e institucional. De ella depende que la confianza vuelva a ocupar un lugar estructural en la vida económica y social, o que siga gestionándose como una excepción negociada en cada caso.

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